En el año 350 antes de Cristo, Platón escribe dos obras que
conocemos como los diálogos de Timeo y Critias. En éstos nos relata una
historia fascinante en dos partes, la historia de la Atlántida, una tierra
habitada por descendientes de los dioses, donde el alimento y los recursos excedían
con mucho la abundancia, gozaban de una convivencia idílica y habían alcanzado
un desarrollo tecnológico sin paralelismo en el mundo conocido. Esa tierra
estaría situada frente a lo que los griegos llamaban las Columnas de Hércules,
y que hoy nosotros conocemos con el estrecho de Gibraltar.
Pero esta narración no es original de Platón. A éste le
llegó gracias al relato de un sacerdote egipcio del santuario de Sais, consagrado a la diosa Isis, que en una ocasión conversando con el sabio griego
Solon le confesó a éste la historia de la Atlántida, refiriéndole una elaborada
y detallada narración acerca de esta grandiosa isla que se extendería desde el
estrecho de Gibraltar, con un tamaño mayor que Libia y Asia juntas y, desde de
la que navegando, podría alcanzarse otro continente más lejano aún, rodeado por
el océano. Era el año 590 a.C.
La grandiosa isla, creada por Poseidón, estaría habitada por
los hijos que este dios tuvo con Cleito, y por los descendientes de éstos. La
capital era ciudad majestuosa, Poseidonia, que se alzaba sobre una isla, en la que estaba el
palacio real, rodeado por una muralla de oro. Alrededor de esta isla central se
extendían anillos de tierra concéntricos, sobre los que habitaban los atlantes,
descendientes de los descendientes de Poseidón. La existencia en la tierra
atlante era pacífica y virtuosa, pero pronto los reyes se corrompieron y
comenzaron las luchas internas y las intrigas, que desembocaron en tiranía.
Zeus, el padre de los dioses, resolvió que los atlantes merecían ver castigada su soberbia. En este punto termina el Timeo y comienza el Critias, donde nos narra el castigo de Zeus, que en un solo día y una sola noche destruyó por completo aquel edén, quedando todas sus gentes y sus riquezas hundidas en el mar por siempre. Platón fechó este hundimiento alrededor de 9.000 años antes. Si él vivió en aproximadamente entre el 400 y el 300 a. C, los cálculos aproximados colocan la caída de la Atlántida entre 11.000 y 12.000 años.
Platón siempre transmitió esta historia como verídica, nunca
como un mito o metáfora con fines moralizadores o educadores. alēthinós logos decía
él. Sin
embargo, como hasta ahora no pudieron encontrarse vestigios de esta ciudad
perdida, resultaba más fácil negar su existencia que invertir energías en
buscarla.
Ya no es la primera ocasión en que un relato de este tipo
resulta ser verídico. No olvidamos que los cientifistas negaban
sistemáticamente la existencia de Troya (hacia el año 3000 a.C), pese a los
detallados relatos de Homero narrándonos sus epopeyas en la Ilíada y en la
Odisea, simplemente porque nadie había sido capaz de encontrar restos de ella.
Y todo ello pese a que Julio Verne, un visionario incontestable, ya nos
regalara con pequeñas trazas de esta realidad. No sería hasta finales del siglo
XIX cuando el también visionario Schiliemann encontró las ruinas de Troya,
demostrando así que las cosas no dejan de ser ciertas sólo porque hasta ahora
no hayan podido palparse.
Pero la evidencia definitiva sobre la Atlántida caería como
una losa sobre los escépticos cuando en 2012 Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America ofrecería conclusiones
acerca de una serie de catástrofes naturales que habrían provocado varios
tsunamis de proporciones casi planetarias, que sucedieron hace 12.900 años,
justo la etapa en la que Platón nos habla de la desaparición bajo las aguas de
la isla de Altántida. ¿Casualidad? Por supuesto pensar que el azar domina la
vida en nuestro planeta, es mucho más fácil… y menos arriesgado.
Estos tsunamis serían la consecuencia de la caída de un meteorito
de más de 20 kilómetros de diámetro en lo que actualmente se conoce como Lago
Cuitzeo, en Méjico, tal como podéis leer en este artículo del periódico El Mundo que se hace eco de las investigaciones arriba mencionadas.
Otro aspecto que nos resulta si cabe más interesante es
¿quién eran realmente los atlantes? Cuando Platón habla de hijos de los dioses… ¿a qué se está
refiriendo? ¿Se trataría de una raza distinta… extraña a nosotros? Venidos…
¿de dónde? O ¿serían humanos que alcanzaron un desarrollo tecnológico inaudito
gracias a conocimientos que les fueron transmitidos por… otros venidos… de más
allá? Pero esto quedará para mas adelante…
De momento id saboreando la satisfacción de saber que tuvimos a los atlantes muy cerca, quién sabe incluso, si compartiendo antepasados.
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